Comas (2001) considera que la transformación de una sociedad de ocio en
domingo a una sociedad de ocio de fin de semana, es uno de los más importantes
cambios sociales y culturales que han ocurrido en la sociedad española, y hay
que enmarcarlos en el proceso de modernización de ésta. Estos cambios han
permitido la consolidación de una Sociedad del ocio y la cultura, uno de los
nuevos motores del desarrollo económico.
Pero, junto a los cambios económicos y laborales, esta ampliación del
tiempo de ocio semanal ha tenido también un impacto enorme en otros ámbitos,
desde los hábitos sociales y familiares a la propia ordenación urbana de las
ciudades.
En este contexto surge lo que muchos autores denominan la cultura de la
noche, en la que el botellón no sería sino una de sus nuevas formas de expresión
a finales de los años 90: una forma de expresión local, española, de un fenómeno
global.
Cada jueves, viernes y sábado, en las ciudades especialmente durante el
curso escolar, y en los pueblos con más intensidad en periodos vacacionales,
decenas de miles de jóvenes españoles escogen, como forma de pasar buena
parte de la noche, una actividad cuya denominación empezó siendo colorista –y
que fue creada por los propios jóvenes-, pero que con los años ha venido
adquiriendo, para parte de la sociedad, connotaciones claramente negativas: el
botellón.
Como definición operativa del botellón, a efectos de su análisis sociológico,
Baigorri y Fernández proponen la de “reunión masiva de jóvenes, de
entre 16 y 26 años fundamentalmente, en espacios abiertos de libre acceso, para
combinar y beber la bebida que han adquirido previamente en comercios,
escuchar música y hablar”. En definitiva, este fenómeno se define como la
práctica de reunirse de noche en lugares abiertos para charlar y consumir bebidas
preparadas por los propios jóvenes a base de alcohol y otros refrescos. Según los
jóvenes el atractivo del botellón es que ofrece un espacio no regulado, un espacio
no restringido a la capacidad económica de quienes acceden a él.
En el botellón los jóvenes se encuentran con sus amigos y amigas,
intercambian inquietudes, hacen planes, se emparejan, pelean con su pareja o se
olvidan... pero también, y en muchos casos sobre todo, beben. Y despliegan una
suma de miles de watios de música variada. Y dejan el que han marcado como su
territorio, cuando lo abandonan, lleno de basura y cristales. Y muchos, un alto
porcentaje que supera el 25% fuman canutos. Y algunos esnifan cocaína, y/o
toman pastillas, o consumen otro tipo de drogas ilegales.
Este fenómeno se ha extendido por todas las ciudades, grandes y
pequeñas, y por la inmensa mayoría de los pueblos españoles, provocando
conflictos con el vecindario que sufre los ruidos y la basura, y por otra parte por la preocupación de los mayores por la presencia de menores de edad y por las
elevadas tasas de consumo de alcohol y de drogas ilegales.
Como sabemos en España el alcohol forma parte de la vida cotidiana de la
sociedad en todos los estratos que la componen y, si el consumo de alcohol es
una costumbre aceptada y practicada por gallegos, catalanes, andaluces,
extremeños,... la juventud de estas comunidades también bebe. Y cuando bebe
en la calle se manifiesta un hecho culturalmente mediatizado, por lo que se
materializa de diferentes formas, aunque las variaciones formales son mínimas,
ya hablamos del botelleo levantino, el botellón murciano, la botellona andaluza, el
katxi vasco, o el vaso comunitario de cubata.
Los matices hay que encontrarlos en la bebida (litrona de cerveza,
calimocho de vino, botellón en general para licores) o en la procedencia de la
misma (mini si es adquirida en un bar o pub, botellón si lo es en un supermercado
o tienda de conveniencia). De igual forma habría que distinguir entre los
botellones públicos y los privados.
En términos generales, ni el problema originado por el botellón ni su
difusión son distintos a los generados por la movida o por la marcha en general
(entendidas como consumo de alcohol en los locales). De hecho, en muchas
ciudades se ha aprovechado el debate surgido por la irrupción del botellón en los
medios de comunicación de masas para llamar la atención sobre los horarios de
cierre de los bares o la concentración de jóvenes en las puertas tras el cierre.
Así, el “botellón” se ha convertido para la sociedad en general, en una de
las actividades de ocio nocturno juvenil más controvertida.
Las razones para su penalización estriban en que, se considera que
fomenta el consumo de alcohol entre sus participantes, al ser asequible por precio
y espacio a todos los que se acercan.
Por último, se alega que estas
masivas concentraciones son focos de tensiones entre los jóvenes, que en no
pocas ocasiones terminan en peleas y otras formas de violencia urbana. No
obstante, la veracidad puntual de estas alegaciones, se obvia al considerar
también que no todo en el botellón gira en torno al consumo de drogas, ya que
algunos de los participantes en estas reuniones callejeras no consumen ninguna
sustancia o apenas toman alcohol.
Incluso podemos decir que, para muchos, el alcohol no es más que una
excusa, o el acompañamiento de otras razones para participar en el botellón,
como la de tener oportunidad de estar con el grupo de amigos y conocidos en un
espacio abierto en el que se puede conocer a nueva gente, conversar y estar
fuera de las constricciones de los espacios regulares (bares, pubs, clubes,
discotecas, etc.). De cualquier forma, llega a ser un fenómeno muy perseguido
por los medios de comunicación y por un sector amplio de la sociedad, que se
oponen férreamente al fenómeno. Ello ha supuesto un fuerte desgaste y
desprestigio de las administraciones competentes en el proceso de resolución del
problema.
No parece que se estén tomando medidas para paliar los efectos
“negativos” de aquél, pues políticamente tendrían un mayor coste o impopularidad
entre otros sectores que actualmente se benefician de esta modalidad de ocio
juvenil, debido a la complejidad del tema por lo llega a ser una preocupación de
los responsables municipales a través de la Federación De Municipios y
Provincias y de la propia Junta de Andalucía. Ello está poniendo de manifiesto la
necesidad de programas, medidas y/o estrategias que vayan encaminadas a
fomentar nuevas alternativas de ocio y tiempo libre, campañas serias y
consistentes en el tiempo, de cara a impulsar actuaciones preventivas en edades
escolares que fomenten aquellos factores denominados de “protección” ante el
consumo, tomar medidas drásticas y sistemáticas de carácter restrictivos que
reduzcan la oferta de esta sustancia, etc.
De cualquier manera, parece que la realidad continúa negando la
participación de los propios jóvenes, en la búsqueda de consensos y soluciones a
los problemas que puedan estar generando sus propias conductas, a pesar que
esto no coincida con lo referenciado en los discursos de las administraciones
competentes (nacionales, autonómicas y locales).
Fátima Pérez
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